Hablás con todos, pero en realidad no hablás con muchos. Te mostrás y parece que te mostraras pero en realidad tenés barreras, muchas. No compartís lo que verdaderamente sentís con cualquiera. Tenés un discurso entrenado para todo aquel que considerás que no va a entenderte, para el que quiere una charla superficial, para el que quiere que le cuentes tus planes y que los planes encajen perfecto y que todo tenga su lógica y su hilo conductor. Porque así son algunos. No soportan el caos aunque vivan en él. Necesitan cordura para sobrevivirlo.

Jamás podrías decir que no sabés lo que querés hacer o lo que esperás de la vida, se desesperarían, aún cuando a vos no sólo no te preocupa sino que te divierte. Te divierte la búsqueda, el camino, equivocarte, llorar y reírte a carcajadas minutos después. Entonces hablás, hablás mucho, siempre tan políticamente correcta. Dejás a todos satisfechos con tus respuestas ordenadas y lógicas.

Pero cada tanto se te cruza alguno que tira abajo la barrera sin darse cuenta. Alguno que con un gesto quizás imperceptible para los otros pero imposible de ignorar para vos hacen que quieras contarles, abrirte y hablar con el corazón y sin filtros, sin miedo a ser juzgada. Son personas que, sin saber por qué, se sienten como un recreo. Son esas personas especiales con las que uno tiene, cada tanto, la suerte de cruzarse. No pasa muy seguido, pero cuando pasa se reconocen al instante. Son ese espacio necesario libre de cordura. Son la llave de la jaula.
Son aire.

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